Crítica de Foreign Lands: la experiencia más transgresora de Zinemaldia 25

Los rusos Anton Yarush y Sergey Borovkov nos dejan con la fumada más transgresora del Festival de San Sebastián

Un festival de cine siempre te aguarda sorpresas. Propuestas radicales al cine que estás habituado a consumir (coloquialmente lo que entendemos por “fumadas”). Ante estas tomaduras de pelo tienes dos opciones: Irte de la sala y regalarte un buen desayuno o esforzarte a estar atento para no sucumbir a la siesta tentadora (ambas opciones son igual de legítimas).

Yo siempre siento curiosidad genuina por escuchar propuestas que, a priori, no entiendo en absoluto. Y hasta no me siento derrotado si salgo del cine sin seguir entendiendo nada. Es como cuando escuchas un idioma que desconoces: aunque no te enteres de nada, puedes percibir su valor.

‘Foreign Lands’ es una chapa al menos valiente por el simple hecho de no dar líneas a su protagonista. Es decir, todo lo que podemos averiguar de él es por sus circunstancias (desde sus amigos hasta los lugares en los que se encuentra). Ese desafío es interesante y ya solo por su coraje merece ser elogiado. Ahora bien, ‘Foreign Lands’ está repleta de planos inocuos. Repiten el mismo planito que va de “deep” con el prota (Anton) sentado en la cama mirando a la nada y pensando en todo.

¿Aporta realmente algo? Creo que no. ¿Solo porque sea un plano bonito, merece entrar en el metraje? No lo sé. Con estas pelis tan contemplativas, no tengo ni idea del criterio a la hora de elegir
los planos y su duración (¿Cuántos segundos son necesarios para transmitir la esencia del plano?).

Pero, perdón, he olvidado explicar la trama. Anton es un director que parece ser muy top (la gente reconoce los posters de sus películas). Supongo que en una crisis existencial, Anton decide salir de Rusia y viajar por el extranjero (creo que para inspirarse pero tampoco lo tengo muy claro). Tiene dos amigos que se preocupan mucho y le envían vídeos por whastapp o le llaman por Zoom. Se habla también de una futura película que está atascada porque Anton no encuentra a su actriz ideal (tiene pinta de ser de estos que esperan la inspiración divina).

El riesgo de no darle voz a tu prota es peligroso, pues, sin oportunidades para explicarse, acaba en muy mal lugar. Anton resulta un memo, egoísta y maleducado porque hasta se duerme cuando su amiga le enseña un monólogo de “La gaviota”. Nunca le verás haciendo un amago por acercarse al otro.

Incluso sus encuentros sexuales con desconocidos es fría y utilitarista. No obstante, en uno de esos affaires, tenemos la mejor escena de la película (no es ironía, lo digo de verdad). Anton se acuesta con un tailandés y como ninguno conoce el idioma del otro, mantienen una conversación a través del “Google translator”.

Es surrealista pero con todo el sentido del mundo (además, aquí sí está estupendamente justificado su silencio).

Y esto… ¿es recomendable?

El resto de la película son planos largos con tinte documental, estáticos y lo único que pretenden es sugerirte sensaciones con los hermosos paisajes (en otras palabras, otra “fumada”). Es una trama contemplativa y difícilmente la vais a saborear si pretendéis pillarle el truco. Lo que aconsejo es confiar y dejarse llevar.

Ni siquiera con eso creo que os acabe gustando pero, no sé, a lo mejor os lleváis una bonita imagen para el recuerdo.

Pido perdón por divagar tanto en esta crítica. No tengo muy claro lo que he visto y no me atrevo a recomendarla por si luego me odiáis. (en verdad, no se la recomendaría a nadie). Aun así, yo siempre animo a probar porque, sí o sí, amplias la mirada. Es mejor descubrir distintas formas de expresión que refugiarse en lo que ya nos es conocido.

Te sirve para ampliar tu mente o para reafirmarte en lo que te gusta o para defender tu criterios. Depende de la paciencia de cada uno.

Álvaro Hernandez
Álvaro Hernandez
Director de F de Film y apasionado del cine, las series y el entretenimiento en general. No tengo película favorita y muchas veces antepongo la forma al fondo, pero no siempre...

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