Pluribus: la serie del momento que plantea el mayor dilema sobre la inteligencia artificial

La serie de Apple TV, creada por Vince Gilligan, es inteligente, atrapante y plantea una reflexión muy sentida de lo que puede suponer la pérdida del criterio propio.

La nueva serie del creador de ‘Breaking Bad’ está arrasando, y no es para menos.

‘Pluribus’ imagina un mundo en el que pensar solo se convierte en un problema. Un virus alienígena conecta la psique de toda la humanidad y diluye el conflicto, la duda y el criterio individual.

En ese nuevo orden colectivo, la comodidad es absoluta: nadie discute, nadie se equivoca, nadie está realmente solo.

Pero el verdadero dilema de la serie no está en la invasión, sino en lo que deja fuera. Porque los pocos humanos que conservan su individualidad no son héroes, sino anomalías condenadas a vivir aisladas en un mundo que ya funciona sin ellos.

Y es ahí donde ‘Pluribus’ empieza a parecerse peligrosamente a nuestra relación actual con la inteligencia artificial…

Pluribus no es una serie sobre un virus, sino sobre una idea

Desde el primer episodio, ‘Pluribus’ deja claro que no ha venido a jugar al despiste. El virus alienígena no funciona como un señuelo para mantenernos enganchados, ni como una incógnita que la serie se reserve para más adelante: es el punto de partida.

Vince Gilligan decide mostrar las cartas muy pronto y lanzar al espectador a un escenario extremo sin red de seguridad.

Ese gesto, que podría parecer temerario en manos menos seguras, es precisamente lo que convierte a la serie en un fenómeno inmediato. ‘Pluribus’ no construye su interés en torno al miedo del “qué va a pasar”, sino alrededor de una pregunta mucho más incómoda: qué ocurre cuando el mundo parece que funciona mucho mejor sin el pensamiento individual.

La mente compartida no se presenta como una distopía clásica llena de caos o violencia.

Al contrario.

El nuevo orden es eficiente, pacífico y sorprendentemente armónico. Las decisiones se toman sin fricción, los errores se minimizan y la convivencia parece haber alcanzado una estabilidad inédita. No hay grandes discursos utópicos, solo una sensación persistente de alivio: la de no tener que cargar con el peso de decidir.

Ahí radica el primer gran acierto de ‘Pluribus’. La serie entiende que el verdadero terror contemporáneo no está en la destrucción, sino en la comodidad. En ese mundo hiperconectado, pensar deja de ser una virtud para convertirse en una disfunción, y disentir ya no es un acto valiente, sino un fallo del sistema, al propio de las dictaduras más consolidadas.

Gilligan no juzga ese escenario de forma explícita. Lo expone con la frialdad de quien confía en la inteligencia del espectador. Y al hacerlo, desplaza el conflicto del terreno de la ciencia ficción al de la experiencia cotidiana: ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por vivir en un mundo sin problemas aparentes?

Pluribus: la serie del momento que plantea el mayor dilema sobre la inteligencia artificial

La mente compartida como metáfora incómoda

La gran jugada de ‘Pluribus’ es que, tras un inicio deliberadamente abrupto, la serie se niega a seguir el camino esperado. El estallido del virus (con esa escena de laboratorio seca y violenta, casi al más puro estilo ‘Alien’), parece anunciar una distopía clásica: contagio, colapso, histeria. Pero esa tensión inicial se disuelve muy pronto.

Y lo hace de una forma desconcertante.

Porque una vez el mundo ha cambiado, ‘Pluribus’ nunca presenta la mente compartida como una amenaza evidente. No hay un apocalipsis prolongado, ni un planeta sumido en el caos. Al contrario: el sistema funciona. Y funciona demasiado bien.

En ese nuevo estado global, cada individuo aporta su experiencia, su conocimiento y su memoria a un todo que lo absorbe y lo ordena. El resultado es una conciencia colectiva sorprendentemente eficaz, capaz de anticiparse, corregirse y suavizar cualquier fricción. El conflicto se diluye no porque esté prohibido, sino por pura inercia: deja de tener sentido.

Es difícil no ver en ese mecanismo un reflejo inquietantemente cercano de la inteligencia artificial contemporánea. Como lógica cultural. Una inteligencia entrenada a partir de millones de aportaciones humanas, que aprende de nuestros errores, repite nuestros patrones y devuelve respuestas diseñadas para ser útiles, coherentes y, sobre todo, satisfactorias.

En ‘Pluribus’, el mundo colectivo se comporta de una manera extrañamente familiar: escucha, asiente y responde siempre de la forma más conveniente. No cuestiona, no confronta, no incomoda. Incluso cuando una decisión es claramente errónea (como jugar con una granada de mano), el sistema la acompaña, la valida y la ejecuta con una eficacia impecable.

Al igual que la IA, el problema de este nuevo mundo es que no sabe decir que no, y es fácilmente manipulable.

Otra clave muy inteligente de ‘Pluribus’ es que Gilligan no plantea esta metáfora como una advertencia explícita. No hay discursos sobre tecnología ni juicios morales evidentes. La serie se limita a observar qué ocurre cuando delegar el criterio se convierte en la opción más eficiente.

Por lo tanto, la serie se centra en la pura esencia de lo que significa la IA para la sociedad actual.

Los supervivientes: cuatro maneras de enfrentarse a un mundo que ya no te necesita

Si la mente compartida es el corazón conceptual de ‘Pluribus’, los llamados “supervivientes” funcionan como su campo de pruebas moral. Doce personas que, por distintas circunstancias, no han sido infectadas por el virus y conservan una psique individual en un mundo que ya piensa en común. La serie es inteligente al no tratarlos como un bloque homogéneo, sino como un abanico de respuestas humanas ante el mismo dilema.

Cuatro de esas miradas concentran el núcleo moral de la serie:

  • Carol Sturka
    Es la postura más frontal y combativa. Para Carol, la mente colectiva no es una evolución, sino una renuncia que condena a la humanidad a su propia extinción. Su carácter pendenciero no nace del dogmatismo, sino de la pérdida: Carol no tiene familia al otro lado de la mente compartida. La muerte de Helen la deja fuera de cualquier tentación de consuelo colectivo. Pensar sola no es una elección ética, es lo único que le queda.
  • Mr. Diabaté
    Representa la adaptación oportunista. Entiende rápido que un mundo diseñado para complacer es un mundo explotable. No cuestiona el sistema porque no lo necesita: lo utiliza para obtener todo lo que quiere. Su figura introduce una incomodidad esencial, demostrando que incluso en un entorno aparentemente armónico siguen existiendo privilegios, ventajas y abuso, solo que ahora camuflados bajo una amabilidad constante.
  • Manousos
    Es la desconfianza. Vive el nuevo orden con miedo, convencido de que algo no encaja aunque no sepa exactamente qué. No se rebela, pero tampoco se entrega. Su experiencia convierte cada interacción en una fuente de ansiedad, mostrando el coste psicológico de desconfiar cuando el mundo insiste en decirte que todo está bien.
  • Laxmi
    Aporta la perspectiva más incómoda precisamente porque es la más comprensible. Para ella, la mente compartida no es una abstracción ideológica, sino un hecho íntimo: su familia forma parte de ese todo. Su conflicto no pasa por aceptar o rechazar el sistema, sino por priorizar los vínculos afectivos frente a cualquier principio abstracto. La colectividad es, en su caso, el lugar donde están los suyos.
Pluribus: la serie del momento que plantea el mayor dilema sobre la inteligencia artificial

Al articular estas visiones, ‘Pluribus’ evita convertir su dilema central en un debate teórico. No hay una postura correcta ni una respuesta limpia. Hay pérdidas, ventajas, miedos y renuncias distintas. Y es precisamente esa pluralidad, ese pluribus literal, lo que hace que la serie resulte tan inquietante: porque demuestra que el problema no es solo el sistema, sino qué estamos dispuestos a sacrificar según aquello que aún nos ata al mundo.

Carol Sturka o el coste de no rendirse

Carol Sturka no es el personaje que mejor se adapta al mundo de ‘Pluribus’, sino el que más claramente paga el precio de no hacerlo. Su resistencia no nace de una superioridad moral ni de una vocación heroica, sino de una pérdida que la deja fuera del sistema desde el inicio. Sin vínculos al otro lado de la mente compartida, Carol no tiene nada que ganar entregándose a ella.

Por eso su incomodidad es constante. Carol no encaja, no suaviza sus aristas y no busca ser comprendida. En un mundo diseñado para eliminar el conflicto, su mera presencia introduce tensión. No porque tenga siempre razón, sino porque se niega a delegar el peso de pensar, incluso cuando hacerlo la condena al aislamiento.

En ese sentido, ‘Pluribus’ es especialmente cruel —y honesta— con ella. La serie no la recompensa por resistir ni la convierte en mártir. Simplemente muestra lo que cuesta sostener una posición incómoda cuando el entorno insiste en que todo funciona mejor sin fricción. Carol no representa una solución, sino una pregunta que nadie quiere formular.

Y es ahí donde el dilema moral de la serie se vuelve íntimo. Porque Carol no lucha contra el sistema para salvar al mundo, sino para no desaparecer dentro de él. Pensar sola no la hace más libre, pero renunciar a hacerlo la borraría del todo.

Un mundo que funciona demasiado bien

‘Pluribus’ no plantea su dilema como una advertencia sobre el futuro, sino como una observación incómoda sobre el presente. La serie no pregunta si la mente colectiva es buena o mala, ni si la inteligencia artificial acabará sustituyéndonos. Lo que pone sobre la mesa es algo mucho más cercano: la tentación de vivir en un mundo donde pensar deja de ser una responsabilidad individual.

Pluribus: la serie del momento que plantea el mayor dilema sobre la inteligencia artificial

En ese sentido, la incomodidad que genera nace de lo reconocible de sus consecuencias. Un sistema que escucha, aprende y responde siempre de la forma más conveniente puede resultar profundamente atractivo. Reduce el error, elimina el conflicto y promete una convivencia más amable. Pero también diluye aquello que nos obliga a sostener una posición, a equivocarnos y a cargar con las consecuencias.

Por eso ‘Pluribus’ no ofrece respuestas cerradas ni salidas heroicas. Se limita a mostrar un mundo que, en muchos aspectos, funciona mejor que el nuestro. Y deja al espectador frente a una pregunta que no admite consuelo colectivo: qué estamos dispuestos a ceder, criterio, conflicto, soledad, a cambio de no tener que pensar solos.

Tal vez el secreto más inquietante de la serie no sea su virus alienígena, sino la sospecha de que, llegado el momento, muchos aceptaríamos la mente compartida no por miedo, sino por alivio.

Puedes ver ‘Pluribus’ en Apple TV.

Álvaro Hernandez
Álvaro Hernandez
Director de F de Film y apasionado del cine, las series y el entretenimiento en general. No tengo película favorita y muchas veces antepongo la forma al fondo, pero no siempre...

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