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    Crítica de El Hoyo 2: un banquete que se empacha de sí mismo

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    El envoltorio con el que venía el Hoyo 2, con esa impactante visión del carismático Hovik Keuchkerian sin un pelo en el cuerpo, nos planteaba un espectacular regreso al universo ideado por Galder Gaztelu. Pero una vez abierto el regalo lo que te encuentres es bien distinto, mostrándose como un producto muy empalagoso, aburrido y que te deja con un imborrable regusto amargo de ocasión perdida.

    La cinta, continuación de un mito en la plataforma de Netflix como una de las películas extranjeras más reproducidas a nivel internacional, generó unas expectativas enormes que no han cumplido, quedándose con la vitola de un quiero y no puedo y de ser un refrito de reflexiones ya expuestas. Excepto algunos momentos, muy escasos, de lucidez, la película pasa sin pena ni gloria y sin aportar nada nuevo sobre esta macabra prisión.

    Vuelta al Hoyo

    Hay que reconocer que El Hoyo rompió esquemas, que ya es difícil, en el popular género de las distopías y puso en el mapa a Galder Gaztelu, que había creado un proyecto que reflejaba como pocas veces que el hombre es un animal para el hombre y que, por mucho que queramos, no podemos escapar de quienes somos realmente.

    Partiendo de esa base, creo que El Hoyo 2 cumple a la perfección con el papel de segunda película innecesaria, ya que repite escenarios e ideas, no explora nuevas vías que resulten interesantes y retorna a lugares comunes para conectar con el fan de la primera entrega. En esta ocasión, además, Galder intenta dotar a la película de una intelectualidad y de una retórica de lucha contra el poder establecido que resulta fallida porque, cada vez que la trama flaquea, que no son pocas veces, el director recurre a poderosas escenas de violencia para salvar el día.

    La Ley de la cárcel…

    En esta segunda entrega, nuestros protagonistas son Zamiatin (Hovik) y Perempuán (Milena Smit), que resultan ser meros instrumentos que el director utiliza para sus propios intereses. No están dotados de vida propia, van de secuencia en secuencia como robots esperando a que Galder los disponga, de manera totalmente arbitraria, en según qué situación para beneficio del guión. No se me ocurre mejor ejemplo que Zamiatin, que en diez minutos de reloj, pasa de ser alguien que solo busca el interés propio y que no sabe compartir, a derrochar ideales y sentimientos. Un personaje imponente y egoísta, que, de forma arbitraria, y sin dar espacio a que el espectador conecte con él, se sacrifica por Perempuán, sin más sentido que el de ser un instrumento para dotar de algo de vida, aunque no mucho, al personaje de Milena Smit.

    A partir de ahí nos quedamos con la mencionada Perempuán como referente y nos adentramos en las entrañas de la prisión para conocer más a fondo la «Ley» y descubrimos la leyenda del «Mesías», cuya identidad se desconoce. Los que sí que existen son los llamados «Ungidos», entre los que destaca el temido Dagin Babi (Óscar Jaenada) que, al más puro estilo sheriff, logra mantener la estabilidad aplicando severos castigos a quien incumple las normas.

    Leyes y leyendas

    Es aquí cuando surge mi principal confrontación con la narración. De una parte, aunque Milena Smit no está mal, pienso que su papel no tiene la suficiente fuerza y que la seguimos en su tránsito por la prisión sin entender demasiado bien cuáles son sus objetivos o por qué hace lo que hace. Es un «sube al bananomóvil sin hacer preguntas» de manual. Uno entiende que, al ver a Dagin Babi y los suyos en acción, cambie de parecer respecto a la norma imperante, sobre todo cuando le cortan el brazo y matan a su nueva compañera de celda (Natalia Tena). Pero lo que pasa es que, todo sucede de una forma tan artificiosa y convencional, que en ningún momento resulta creíble ni te sientes parte del viaje de la protagonista.

    En su camino hacia la salvación (?), acaba convertiéndose en la líder de una manada de tarados, tan caricaturizados que rozan el absurdo y que dejan al espectador bastante confuso sobre la verdadera intencionalidad del director en lo referente las dos facciones de esta suerte de Guerra Civil. Plantear escenarios tan maniqueos y extremos sin un protagonista fuerte al que aferrarte a modo de brújula moral, lleva a que escenas tan poderosas como la del enfrentamiento final, resulten frías y se vean desde la distancia y sin emoción.

    Hoyo metafísico

    Entiendo que la intención del director es la de mostrarnos la actitud del ser humano en los momentos de mayor debilidad. Pero se trata de una idea que ya se exploró en el primer largo y que aquí resulta aburrido, repetitivo y forzado, como si quisiera preparar el terreno para una nueva entrega sin reparar en la coherencia de la secuela. No aporta nada nuevo y hay un uso bastante descarado de flashbacks cargados de convencionalismos para justificar los continuos, e incoherentes, cambios de guión.

    Mientras que en la primera película te agarrabas al personaje de Goreng como la única luz en el Hoyo, aquí te encuentras un tanto desamparado en mitad de un abismo muy negro con una Perempuán que, o no se merece la redención, o, peor aún, no sabes por qué se la otorgan. No puedo evitar tener la sensación de que El Hoyo 2 no es más que un collage de imágenes cuya única finalidad es la de revelarnos que Perempuán y Goreng eran pareja y que llegan al final del camino al mismo tiempo, por lo que no se sabe si es una precuela, secuela o si es una historia simultánea y que no hace sino suscitar más preguntas para la más que evidente tercera parte de la saga.

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