Nota de F de Film
Segundo Premio se ha convertido, sin duda, en una de las más gratas sorpresas del cine patrio en lo que va de año. Adentrarse en la compleja psique de una de las bandas más interesantes, intelectuales, inaccesibles y malafollás dentro del panorama musical español es un ejercicio digno de admirar. Isaki Lacuesta no solo sale indemne de ese tumultuoso viaje, sino que lo hace triunfando y habiendo dejado su sello en una obra que cabalga entre la leyenda y el biopic.
El director de Entre dos Aguas nos regala una película que dibuja de manera casi onírica la travesía de tres jóvenes músicos que se enfrentan a un momento crucial y el camino que escoge cada uno para sobrellevarlo. Pero, antes de entrar en materia, me gustaría alabar la valentía de la Academia de enviar esta película a competir por los Oscars, una propuesta ajena a lo comercial y muy diferente del cine dramático patrio que suelen seleccionar para estos enseres.
La vuelta de Saturno
Para aquellos que no sean doctos en la música española o estén alejados de la escena indie o alternativa de nuestro país, decir que Los Planetas es el grupo por definición de toda una generación de los 90. Banda mítica donde las haya, su intrincado y variado estilo musical y su visión psicodélica de lo cotidiano, unido a lo cercano y onírico de sus composiciones y a la voz totalmente antipop de Jota, cautivaron a jóvenes de todo el país. Algo que Isaki Lacuesta ha sabido captar desde el primer fotograma.
Situémonos en los años 90 en una Granada alternativa y en plena efervescencia cultural. Una ciudad de poetas, artistas y bandas míticas como Miguel Ríos, 091 o Lagartija Nick, una escena que ya plasmaron Lasdelcine en su maravilloso documental En Granada es Posible. En ese contexto, unos Planetas que aún buscan encontrar su lugar y definirse, se enfrentan a un reto mayúsculo, que no era otro que el de grabar su tercer disco y dar el salto definitivo al estrellato.
Psicodelia, destrucción y música
Desde el primer momento se nos presentan a las tres piezas claves del grupo en momentos vitales muy diferentes. De un lado, May (la malagueña Stéphanie Magnin) que quiere huir de todo lo que tenga que ver con la música de camino hacia el anonimato; la voz del grupo (interpretado por un genial Daniel Ibáñez), que no quiere perder la oportunidad que les presenta y está dispuesto a todo; y el guitarra (un debutante Cristalino muy bien dirigido), que se siente perdido y en una espiral de autodestrucción que puede echarlo todo por tierra. Isaki mezcla los pensamientos, las ideas, las conversaciones que tienen, y las que deberían tener, jugando con lo real y lo ficticio para dar forma a esta extraña relación a tres bandas que resulta a todas luces brillante.
La música derriba toda clase de barreras y el director logra hacernos entender lo importante que es para el dueto de protagonistas comunicarse a través de ella y de una forma que de otro modo sería imposible. Las palabras, o más bien la falta de ellas, define una compleja relación en la que a veces se abrazarían y en otras se darían de hostias. La falta de claridad de ambos y la vampiresca e interesada actitud del cantante marcan un evidente distanciamiento que van definiendo las canciones del disco al que van dando forma. Y, a través de esa relación, vislumbramos a un chico perdido que no sabe lo que quiere y a otro ambicioso que se debate entre el éxito y la culpabilidad de ser testigo de la caída de su mejor amigo sin saber qué hacer o si está haciendo lo suficiente.
Una Semana en el Motor de un Autobús
La rabia, la impotencia, la ansiedad, la conciencia y el dolor de sentir que lo están dejando solo al frente de la composición del álbum es algo que no solo apreciamos en las canciones, muy bien hilvanadas con la narración, sino que Isaki Lacuesta lo lleva con la inteligencia de aquel que sabe contar historias, con hechos reales y coletazos de leyenda a partes iguales. La verdad entre ellos dos se encuentra en las canciones, ni más ni menos.
A modo anecdótico, como joven alternativo de Graná que soy, descubrí a Los Planetas y quedé cautivado por sus guitarras, las excelentes baterías de Eric y la psicotrópica normalidad de Jota, y yo, como todo el mundo, pensaba que las letras de Una Semana en el Motor de un Autobús hablaban de la ruptura amorosa de Jota y May. Pero cuando leí el libro de Nando Cruz, que ya se adentraba en lo problemática que fue esta grabación, no hizo sino elevar hasta los altares mi opinión del álbum. Y esa magnificencia, esa representación de la leyenda de Los Planetas es lo que más destaco de la obra de Isaki Lacuesta, siendo capaz de transmitir la vulnerabilidad de unos músicos que estaban a punto de cambiar el panorama indie y alternativo de todo un país.