Hay películas que forman parte del ADN de una generación. ‘Sé lo que hicisteis el último verano’ es una de ellas. En plena fiebre post-Scream, este slasher adolescente mezclaba misterio, traumas adolescentes y un asesino con un carismático disfraz de pescador que se volvió icónico por méritos propios. Tenía a Jennifer Love Hewitt, Sarah Michelle Gellar y Ryan Phillippe en su apogeo, y ese aire noventero entre MTV y tragedia griega pop que la convirtió en una pieza de culto. Así que sí, era cuestión de tiempo que Hollywood decidiera revivirla.
Ahora llega su versión 2025, una “reimaginación moderna” dirigida por Jennifer Kaytin Robinson y protagonizada por un reparto joven: Madelyn Cline, Chase Sui Wonders, Jonah Hauer-King, Tyriq Withers o Sarah Pidgeon, y con los regresos de Freddie Prinze Jr. y Jennifer Love Hewitt. Lo que prometía ser una actualización fresca del clásico, acaba siendo una sucesión de clichés reciclados, sustos anunciados, y decisiones narrativas que rozan lo bochornoso. ¿El resultado? Un remake que ni asusta, ni emociona, ni encuentra su propia voz.
No me gustan los remakes enmascarados en secuelas, y este es otro ejemplo del porqué
Admito mi sesgo: los remakes me cuestan. No por purismo, sino porque rara vez logran justificar su existencia. Lo vimos con ‘Gladiator 2’ hace poco: una secuela innecesaria que, por mucho esfuerzo técnico o nombres jóvenes que lo intenten, no logra capturar el “aura” de la original. Porque sí, hay algo intangible en las películas que marcan época —una mezcla de contexto cultural, casting adecuado y magia inexplicable— que no se puede replicar con tecnología, ni con nostalgia impostada o «coñas» actualizadas, simplemente no funciona.
Y esto se ve reflejado en cada imagen, recuerdo que sale en la película de su predecesora, es que era otro rollo.
‘Sé lo que hicisteis el último verano’ cae en ese error. Trata de homenajear el pasado mientras lo parodia, y al final no logra ni lo uno ni lo otro. Quiere ser un thriller adolescente y una crítica meta (no muy inteligente, simplemente se ríe de sí misma) y no consigue ni una cosa ni la otra.
Sustos previsibles y una dirección que no arriesga
Uno de los pilares de un buen slasher es el manejo del suspense. Aquí, los sustos son tan sobreavisados que uno puede adivinar el segundo exacto en que va a saltar el sonido estridente. Ni siquiera hay un intento de subversión. Y así durante toda la película.
Hay planos genéricos y muertes que, si bien están bien coreografiadas, carecen de impacto emocional. Porque no hay empatía posible con personajes que son simples trozos de cartón disfrazados de generación Z.
Un guion que no se toma en serio (y tampoco da risa)
Uno de los mayores problemas de esta versión es su tono. A ratos quiere ser paródica, otras veces se toma muy en serio, y termina pareciendo una parodia involuntaria. Hay diálogos que rozan lo ridículo y chistes que buscan complicidad con el público joven pero que caen planos. No sé si estoy mayor ya (no tengo ni 30 años) pero no me funciona para nada, y es algo también que me ha pasado con ‘Superman’. Quizá soy un target que ya no existe o no soy prioritario, no lo sé.
En un slasher puedes permitirte un poco de autoironía, claro, pero cuando se lleva al extremo, el resultado es el que vemos aquí: momentos de vergüenza ajena, actuaciones sobreactuadas y una sensación constante de que ni los propios actores creen en lo que están haciendo.
Lo único rescatable: si te gusta el género, puedes pasar el rato
A pesar de todo, reconozco que si eres fan acérrimo del género slasher —o simplemente buscas algo de ruido, sangre y gritos para una noche de viernes en el cine— puede que te funcione. Tiene ritmo, no se hace larga, y los efectos prácticos no están mal. Pero eso es lo mínimo que se le puede pedir a una producción de este tipo.
No hay giros sorprendentes, ni reinterpretaciones audaces, ni escenas memorables. Solo hay una sucesión de lugares comunes envueltos en estética Z que a mi no me entran por ningún lado.
En resumen…
‘Sé lo que hicisteis el último verano’ es otro remake que intenta revivir una marca exitosa sin aportar algo nuevo ni sólido. Su intento de modernización queda en clichés, su humor no funciona, y su terror es casi decorativo. Para los nostálgicos será una decepción; para las nuevas generaciones, probablemente un rápido olvido.
