Sí, habéis visto bien. Le he plantado 5 estrellas como 5 soles a The Brutalist. Y si pudiera, le metía una más, como ese compañero de clase que había hecho todas las tareas extra y el profesor le sumaba un punto de más en el examen para darle un 11.
Y precisamente eso parece ser Brady Corbet, un alumno aventajado que construye una pieza maestra, compleja y con una facilidad que te deja con la boca abierta. El director solo necesitó… ¡34 días de rodaje! y un presupuesto de 9 millones de euros para dar vida a una de las películas más sorprendentes y personales de los últimos años.
En las próximas líneas trataremos de desgranar todas las claves que convierten a The Brutalist en un clásico instantáneo. Una grandeza que ya me olía con el lanzamiento de uno de los mejores trailers que recuerdo.
La tierra de las oportunidades
The Brutalist nos narra la historia de un visionario e irreverente arquitecto húngaro, llamado László Toth, que llega a los ilusionantes Estados Unidos de los años 40 huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Un país que, tras el crack del 29, está recuperando el tono para convertirse en la potencia económica mundial y construir el ideal del american dream, donde cualquiera puede convertirse en lo que quiera.
Cobert abre el relato con la llegada del arquitecto a la ciudad de Nueva York, en un barco abarrotado de personas que huyen del Viejo Continente en busca de oportunidades. Parece que vamos a ver de nuevo la característica escena de una embarcación entrando a la Isla de Ellis a rebosar de ilusiones y expectativas. El sueño americano en su más pura esencia… ¿O no?
El oscuro y confuso plano secuencia que conduce a László Toth (descomunal Adrien Brody) hacia la cubierta, ya nos comienza a marcar el tono de la película. Y para cuando nos quitamos la sensación de agobio y queremos sentir la euforia del protagonista, acentuada con las épicas notas de la banda sonora, el director nos planta en la cara un plano icónico (y raro) de la Estatua de la Libertad del revés. Una visión que nos resulta extraña, molesta e incómoda y que se aleja del triunfalismo habitual en este tipo de relatos. Toda una declaración de intenciones.
Las manos que construyeron América
La búsqueda de una nueva vida, la reconstrucción de su matrimonio con Erzsébet (Felicity Jones en uno de sus mejores papeles) y la lucha contra sus propios demonios marca los primeros años de Toth en Pensilvania. Allí, mientras trabaja en la empresa de muebles de su primo Attila (el siempre correcto Alessandro Nivola), conoce al excéntrico millonario Harrison Lee Van Buren (Guy Pierce) y a su hijo, el taimado Harry Lee (Joe Alwyn).
Esta relación será crucial para nuestro protagonista, ya que Van Buren ve en él a un visionario e incomprendido artista y decide acogerlo para que construya un monumental lugar de encuentro y reunión para el pueblo en sus terrenos. Una obra que se convertirá en la ferviente obsesión de László y que marcará su vida y la de todos los que le rodean.
Los continuos vaivenes, la extraña hipocresía de los estadounidenses que olvidan a sus antepasados a la hora de aceptar a los nuevos inmigrantes, la añoranza del hogar o el amor por la arquitectura y el compromiso de László con su obra, componen las piezas de este complejo cuadro que supone The Brutalist y que Cobert nos desgrana a través de una magistral dirección.
Adrien Brody ha regresado por todo lo alto
Creo que era de justicia dedicarle un apartado a la labor de Adrien Brody como protagonista absoluto de The Brutalist. Nunca he sido precisamente fan del actor de El Pianista, pero he de reconocer que su interpretación de László Toth es descomunal.
Lleva el peso de la película con una fuerza que quita el hipo y con una actuación muy natural alejada de los gestos exagerados típicos de este actor. Y si podéis, os recomiendo encarecidamente ver la película en versión original para apreciar mejor la dicción y el espectacular acento húngaro de László a la hora de hablar en inglés.
Una poderosa actuación que triste, aunque merecidamente, le robe el Oscar a Ralph Fiennes. De igual modo que creo que debería ganarlo un Guy Pierce que también está de vuelta para recordarnos que sigue siendo un gran actor y con un carisma arrollador.
El poder de la narrativa
Durante 3 horas y media, desfilan ante nosotros toda una galería de tiros de cámara abiertos, cerrados, primeros planos, travellings y planos secuencia en un despliegue brutal y arriesgado. Cobert juega continuamente con nosotros con perspectivas extrañas que nos conducen por un universo que reconocemos, pero que al mismo tiempo se nos hace raro.
Una planificación que no hace sino acentuar los sentimientos de un Toth que no termina de encontrar su sitio en la «Tierra de las Oportunidades». Un mundo que crece y se transforma a su alrededor, pero del que él no se siente parte, como si ocupara el mismo espacio que los demás, pero el aire que respirara fuera diferente.
Además, todo viene acompasado por la banda sonora magistral de Daniel Blumberg, que juguetea con un triunfalismo que nunca termina de romper. A riesgo de estirar mucho el chicle de lo que puedo o no desvelar, diré que me sucedió algo curioso con el motivo principal de la composición, que suena en la secuencia inicial a todo trapo y me tiré la película entera deseando escucharla de nuevo. Aparecían pequeñas modificaciones, sonaban parecidas, pero no eran las mismas notas. Un anhelo casi obsesivo que, obviamente, es intencionado y que nos conecta aún más con la historia de László. Magistral.